La Costa Azul: recorre la Francia más chic
La Costa Azul es pleno Mediterráneo. En ella, un mar de auténtico azul deslumbrante, rompe olas en las ciudades más glamurosas del mundo. Lugar de princesas de cuento, de artistas, de lujo y buen vivir, la Costa Azul bien merece ser el destino de un bello viaje.
Siguiendo la Costa Azul: St. Tropez, Cannes y Niza
Marsella, la gran ciudad portuaria, mestiza y colorida como pocas, actúa como frontera de las dos grandes regiones de la costa sur francesa: la Camarga, al oeste, zona de marismas y trabajo, y la Costa Azul, al este, costa de cabos y calas rocosas, la antítesis de la anterior.
Así que dejando Marsella a un lado, y recorriendo una costa de pequeños pueblos pesqueros de gran encanto, llegamos a la que ha sido la quintaesencia de la Costa Azul: St. Tropez. En St. Tropez comenzó la edad de oro de la Riviera Francesa. Aristócratas, artistas y famosos de toda índole hicieron de esta coqueta población de tejados rojos un lugar de lujo insuperable, como demuestran sus tiendas exclusivas y el aire de sus habitantes. En su casco antiguo, una vieja capilla convertida en museo muestra obras de los numerosos artistas que han vivido aquí, como Matisse o Braque.
Un poco más allá, está un auténtico faro para cinéfilos: Cannes. En su Palais du Festivals, durante el mes de mayo, se celebra el famoso Festival de Cine de Cannes, con escalinata de alfombra roja, actores de lujo, directores y demás fauna del cine. Cannes tiene un maravilloso mirador desde el que puede divisarse la ciudad en su auténtico contexto: a un lado los fantásticos Alpes y al otro el mar, un paisaje constante de la Costa Azul.
Un recorrido con encanto es visitar las pequeñas islas cercanas, las Îles des Lérins: monasterios, zonas boscosas y hasta la prisión de la Máscara de Hierro encontramos allí. Siguiendo la costa, carreteras de montaña de cerradas curvas recuerdan las carreras de coches tan frecuentes por esta zona.
Entre ellas encontramos diminutas playas tranquilas y familiares en el Cabo de Antibes, aunque siguen estando presentes los refugios para millonarios. En la misma cima del cabo está el Santuario de la Garoupe, una capilla para marinos al lado de un faro, que es un maravilloso mirador. El propio Antibes, viejo pueblo de calles estrechas, es uno de los más atractivos de la Costa Azul.
Al lado de la pequeña catedral, está el mercado reconvertido en el Musée Picasso, ya que durante un tiempo el pintor lo usó como taller. Y desde allí llegamos a Niza, capital de la Costa Azul. Su Paseo de los Ingleses recuerda a los visitantes británicos que la pusieron de moda allá por el XIX. La familia real rusa también elegía Niza como lugar de descanso, y muestra de ello es la catedral ortodoxa de torres verdes y doradas.
Y después de Niza, los acantilados de Cabo Ferrat y… Mónaco.
El gran final: Mónaco
Mónaco es mucho más que un decorado de película edulcorada. Es un antiguo estado soberano, regentado por la multimillonaria familia Grimaldi durante más de 700 años.
A pesar de ser muy pequeño, este principado de enorme riqueza está dividido en cuatro distritos: Monte-Carlo, donde encontramos el Casino; La Condamine, en el puerto con sus lujosos yates; Le Rocher, el punto original del principado y Tontvieille, el nuevo Mónaco.
El famoso Palacio del príncipe Rainiero tiene salas magníficas que están abiertas al público, con elegantes colecciones de artes aplicadas. Para los nostálgicos, por todo el palacio hay recuerdos de la princesa Grace Kelly. En el casco antiguo está la elegante catedral neorrománica y el espléndido Museo Oceanográfico, que estuvo dirigido nada más y nada menos que por Jacques Cousteau
Y más allá de Mónaco, pequeños pueblos, calas con playas más tranquilas y la deslumbrante Italia… pero ese es otro viaje.